sábado, 12 de julio de 2014

"Su truco fue que no le hizo falta hacer magia"

Todo ocurrió hace unos días. Esa chica con la que comparto tanto, empezó a quererse desde sus ojos. Es la típica acomplejada hasta del color tierra de sus ojos que causan más vértigo que un propio precipicio. Y sus labios son la curva perfecta de una sonrisa rota. Siempre la he oído quejarse de sus ojos y de su pelo, del resto sabe que tiene que convivir con ello quiera o no. Dice que sus ojos son normales, marrones aclara. Que por ser así ya no tienen nada de especiales, y le duele. En cambio, los de su madre le recuerdan al agua de las playas de países tropicales y por tanto le reconcome la envidia. Se enfada con su padre por haber tenido los ojos oscuros; ya que estos predominan en la genética humana. Pero, su madre siempre le recordaba que lo importante iba por dentro, porque lo de fuera con el tiempo se pudre y lo de dentro permanece. Que como bien había dicho ella su truco fue que no le hizo falta hacer magia. Después de un tiempo insistiendo en que sus ojos eran especiales no por ser marrones, descubrió que brillaban de una manera un tanto especial. Entonces, se dio cuenta de que el demonio que llevaba dentro había salido para dejarla sonreír y fue un precio muy alto por el que había pagado. Aún me queda un poco por escribir y no he nombrado al hombre de su vida, vamos a hacer que lo ha olvidado y ya no lo quiere en su vida. Digamos que ha descubierto otros ojos marrones con la misma intensidad que los suyos, pero no hacen daño; estos hacen cosquillas en el paladar y hacen reír hasta el hombre de negro. Su forma de guardar respeto cuando está su padre delante demuestra que la educación es algo con lo que se nace de serie. La forma en que gesticula y va contando los lunares de mi clavícula uno a uno, mientras se abre de par en par como una ventana e indaga en mi corazón para saber que parte de mí se acuerda de él. Porque él es lo más parecido a un huracán de emociones en el que te deja el corazón patas arriba mientras que te susurra al oído que para querernos seguramente tengamos que destrozarnos antes.

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