domingo, 1 de noviembre de 2015

Quiero hacer contigo todo lo que la poesía aún no ha escrito.

Te pondría en un altar y los demás dioses te harían sitio. Porque eres lo más parecido a la divinidad que he tenido entre mis manos de atea. Yo no quiero que me toque la lotería, quiero que me toques tú. Quinientas noches fueron las que estuviste buscándome y diecinueve días en los que tardé en darme cuenta que eras tú el indicado. Contigo no existen miedos ni mucho menos distancia, de esa que muchas veces nos juega una mala pasada. Desde hace cuatro meses tus brazos se convirtieron en mi segunda casa donde refugiarme si las cosas se tuercen. Admiro tu entereza para contarme ciertas cosas de las cuales yo, sin duda me derrumbaría. La manera que tienes de hablar de ciertas personas que te hicieron daño pero que aún así has perdonado, eso para mi es es el verdadero significado de ser humano. Yo que siempre me he guiado por las apariencias, pero hasta el propio dicho lo dice; ellas mismas engañan. Llegas tú con una fuerza arrebatadora y dando imagen de que todo te la suda pero, en realidad escondes dolor dentro, igual que todos. Eres de esas personas de las que se puede aprender algo y con algo me refiero a mucho. Sabes buscarte la vida en las situaciones más extremas, vives al límite y tienes cara de suicida cruzando semáforos en rojo con el amor de tu vida agarrados de la mano. Aprendiste a base de palos, caídas, decepciones y de soledad. Según tu memoria me contaste que pasaste un largo tiempo solo, o bueno no con los tuyos y eso te hizo más frío y débil. Hace tres años que viniste aquí, a donde estamos los dos ahora mismo. Volviste ver a tu madre y me encontraste a mi. Casualidades. Me miraste a los ojos durante un año, me observabas a escondidas y me acariciabas el pelo detrás de la oreja mientras yo, en un mundo paralelo me pasaba las tardes llorando por alguien que a día de hoy está muerto. No hay peor ciego que no quiere ver y yo no quería verte de la manera que te veo a día de hoy. Tu segundo nombre debía ser héroe porque sin duda para mí lo eres. Has despertado en mi las ganas de volver a querer y de darlo todo sin miedo a quedarme con las manos vacías. Te diría que te quiero pero a estas alturas esto se queda demasiado corto. Solamente me dedico demostrarte día a día que apuesto fuerte por lo nuestro. Quiero una vida y media contigo.

viernes, 3 de julio de 2015

Amé y morí.

No es solo tu nombre el que me hace daño, sino que es este puto nudo en la garganta que apenas me deja pronunciar palabra. Un mar de sentimientos es lo que llevo dentro. Además de marcas de guerra en las piernas de aquel sábado noche en la que fuimos solo uno, cuerpo y corazón en la misma persona. En la nuestra. Porque aquella noche si que pude decir que eras mio, y tan mio. Me había dejado la piel en el suelo por complacerte, por complacernos. Y no me dolieron hasta el día siguiente cuando desperté y todo había acabado, ya no estabas, de nuevo. Pegué cabezazos de placer contra la pared y no perdí la memoria. Como (no) me gustaría. En las dos horas que estuvimos juntos aproximadamente, me imaginé una vida contigo llena de planes, de viajes pero sobre todo de amor. De ese que me falta por parte tuya, porque por la mía está acabado, lo acabaste. Me quedé sin nada, hasta sin el amor propio. Te lo di todo y ahora no sé que hacer. Morí tantas veces por (tu) amor que ahora mismo no sé si estoy viva o muerta porque la sensación me parece la misma. Me describo a mi misma como una estúpida enamoradiza. En mi intento de olvidarte, había llegado a un nivel bastante alto en el que no existían bajones espontáneos por tu ausencia. Siento decirte que era una maravilla. Se podría decir que fue mi mejor etapa o quizás también el agobio ocasionado por el curso escolar que atravesaba me impedía ver que en el fondo de este asunto te echaba más de menos que anteriormente, pero yo no lo sabía. O quizás si. No sé. Pero ahora todo ese esfuerzo inhumano que hice para llegar a donde estaba hace una maldita semana se ha esfumado. Toca volver a empezar de nuevo sin ti. Como siempre. Porque ya ni me pides que me quede, ni yo crea que pueda irme.