domingo, 13 de abril de 2014

"Porque tú haciéndolo lo peor posible lo hiciste mucho mejor que el resto"

Ayer he ido en busca de un corazón nuevo. O mejor dicho he ido a comprármelo. No iba sola. Mi madre me acompañaba. Nos montamos en el coche y fuimos hacia el Carrefour. Por el camino, me fue comiendo la cabeza. Bombardeándome las ideas y los putos sentimientos. Como si ya no tuviera suficiente con los míos. Sé que una madre en estos casos tiene que hacer esto. Es ley, ley de madres. Todas son iguales. Quieren lo mejor para nosotros sin saber que nosotros queremos lo que nos hace daño, porque de alguna manera nos gusta. Nos pone cachondas la idea del amor. Llegamos a la puerta del Carrefour y mi madre me agarró la mano, como sinónimo de "estaré contigo hoy, mañana y siempre" Eso me tranquilizó un poco, pero los nervios seguían ahí. No estaba segura de hacerlo. Tenía miedo. Me senté en un banco y le expliqué a mi madre lo que me dolía. Le cogí su mano derecha y la acerqué al lado izquierdo de mi pecho. Eso era lo que me dolía. En cuanto lo tocó, notó que estaba roto; que los pedazos estaban mal pegados. Propio de un chapuzas del amor como tú. Enseguida lo entendió. En más de una ocasión se contuvo la lágrimas, porque como todos sabemos son contagiosas. Llora uno, lloramos todos. Ese día fue el mejor ejemplo de batalla entre cabeza-corazón. Él me había roto de la mejor manera en que se puede romper a alguien y dejarlo echo trizas. Soy masoca. O simplemente es que le quiero hasta los extremos. De ahí que los extremos nunca son buenos. Pero, lo que nunca perdonaré en la vida, es que a mi madre de entre tantas cosas sucias y rotas que me encantaban, no me haya tirado el corazón.
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