viernes, 3 de julio de 2015

Amé y morí.

No es solo tu nombre el que me hace daño, sino que es este puto nudo en la garganta que apenas me deja pronunciar palabra. Un mar de sentimientos es lo que llevo dentro. Además de marcas de guerra en las piernas de aquel sábado noche en la que fuimos solo uno, cuerpo y corazón en la misma persona. En la nuestra. Porque aquella noche si que pude decir que eras mio, y tan mio. Me había dejado la piel en el suelo por complacerte, por complacernos. Y no me dolieron hasta el día siguiente cuando desperté y todo había acabado, ya no estabas, de nuevo. Pegué cabezazos de placer contra la pared y no perdí la memoria. Como (no) me gustaría. En las dos horas que estuvimos juntos aproximadamente, me imaginé una vida contigo llena de planes, de viajes pero sobre todo de amor. De ese que me falta por parte tuya, porque por la mía está acabado, lo acabaste. Me quedé sin nada, hasta sin el amor propio. Te lo di todo y ahora no sé que hacer. Morí tantas veces por (tu) amor que ahora mismo no sé si estoy viva o muerta porque la sensación me parece la misma. Me describo a mi misma como una estúpida enamoradiza. En mi intento de olvidarte, había llegado a un nivel bastante alto en el que no existían bajones espontáneos por tu ausencia. Siento decirte que era una maravilla. Se podría decir que fue mi mejor etapa o quizás también el agobio ocasionado por el curso escolar que atravesaba me impedía ver que en el fondo de este asunto te echaba más de menos que anteriormente, pero yo no lo sabía. O quizás si. No sé. Pero ahora todo ese esfuerzo inhumano que hice para llegar a donde estaba hace una maldita semana se ha esfumado. Toca volver a empezar de nuevo sin ti. Como siempre. Porque ya ni me pides que me quede, ni yo crea que pueda irme.

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